Roland Fosso: Contra las fronteras mentales y las alambradas

Roland Fosso Ajuntament de Sant BoiEl economista y escritor Moisés Naím analiza en su libro Ilícito, entre otras cosas, cómo el contrabando, los narcotraficantes y la piratería desafían la economía global. Uno de los temas que analiza es el tráfico de seres humanos. Hoy día, en un mismo contenedor que cruza el mundo de un extremo a otro se mete a personas, droga y otras mercancías. Todo vale, y de hecho los grandes traficantes se han convertido ya en un poder paralelo a los estados, por no decir en un poder más fuerte que los estados. Disponen de las armas más modernas, de la tecnología más avanzada y de mucho poder financiero. A su lado, ¿qué son un grupo de inmigrantes desesperados en busca de un futuro mejor? Sencillamente, sus víctimas: las víctimas de la corrupción enquistada en el gobierno de sus países, que se enriquecen vendiendo las materias primas de sus naciones a grandes multinacionales; las víctimas de las pequeñas mafias autóctonas que trapichean con droga, falsifican documentos, prostituyen a las mujeres que intentan cruzar fronteras y encarcelan en lagers ocultos a quienes desobedecen sus leyes. ¿Qué leyes? La ley del más fuerte en un marco sin Ley con mayúsculas.

Mi experiencia personal sobre la inmigración confirma todo lo que acabo de señalar: salí de Camerún, atravesé doce países, recorrí el desierto en vehículos atestados de gente; en mi caso viajábamos veintiocho personas, algunos colgados del coche porque no cabíamos. A lo largo del camino murieron diecisiete, víctimas de la sed, el hambre, las picaduras de serpiente o escorpión, los robos y asesinatos por parte de tuaregs, la esclavitud… Los medios de comunicación hablan de la llegada masiva de inmigrantes, pero no de lo que esos inmigrantes sufren durante su travesía. Hay mafias terribles que explotan, roban y encarcelan a los inmigrantes, que se ven obligados a acampar en los denominados guetos, una especie de campamento donde hay que pagar por todo a su «presidente»: pagar por dormir, por comer, casi por respirar. Luego están las mafias que pasan personas de una frontera a otra, las mafias que las embarcan en una travesía de la muerte a través del mar.

La inmigración ha existido siempre. A lo largo de la historia, se han sucedido numerosas oleadas migratorias a causa de la persecución, las matanzas, las catástrofes o el hambre. Sin embargo, en este momento las oleadas migratorias añaden una causa mucho más grave: la guerra. Las fronteras deberían permanecer abiertas para las personas que huyen de las matanzas indiscriminadas y las bombas. Pero la Unión Europea no está respondiendo a una demanda de la población que, como siempre, va por delante de los gobernantes. No en vano la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados establece que todo aquel que huya de conflictos bélicos debe ser acogido y tratado con respeto en el país al que llega. ¿Qué está fallando? ¿Por qué la Unión Europea muestra una actitud defensiva en lugar de ponerse a trabajar y organizar la distribución de los refugiados? Fallan dos cosas: la primera, que la Convención de Ginebra es papel mojado, o sea, que no sirve para nada si Europa continúa vendiéndoles armas a los países en conflicto. ¿Quién le vende armas a Bashar Hafez al-Asad, el presidente de Siria? ¿Quién le vende armas a los terroristas de al-Qaeda, el Estado Islámico y Boko Haram? Os lo diré: Occidente; España, Rusia, Alemania, por citar sólo algunos países. No nos engañemos, si no les vendieran armas, la guerra en Siria se acabaría mañana. Pero ¿A quién le interesa terminar con un negocio tan suculento? A los estados occidentales desde luego que no, pues constituye una fuente de ingresos enorme. La segunda cosa que falla es la falta de ética y coherencia de la Unión Europea, ya que las palabras sobre el papel contradicen su actitud. ¿Y por qué no toman medidas o elaboran leyes que afronte este problema? Sencillamente porque la Unión Europea está asfixiada y endeudada. Se ha doblegado a los poderes financieros, que son los que ahora gobiernan el mundo. No hay leyes contra la imparable voracidad y avaricia de las grandes corporaciones y los bancos, y por eso no hay dinero suficiente para cubrir las necesidades de tantos refugiados. ¿Por qué? Porque los estados están endeudados con la banca y el poder financiero, ya que en el pasado derogaron leyes que limitaban el poder de la banca.

Mientras tanto las imágenes de hordas de refugiados maltratados en los países a los que llegan son una bofetada tremenda para la mayoría de la ciudadanía, al mismo tiempo que a otros les causa desconfianza, racismo y terror a enfrentarse a esas mareas de desconocidos que arriban a puertos y países donde la mayoría de las veces no son bienvenidos.

¿Qué puede hacer la ciudadanía? Desde luego, no apoyar a gobiernos corruptos, ni a los que venden armas a países en conflicto. Debe permanecer vigilante e implicada para impedir que los intereses económicos acaben con valores fundamentales para el bienestar del mundo. Asimismo, debe educar a los niños en la tolerancia, primero desde casa y luego en las escuelas. La práctica de valores conseguirá a la larga que caigan las fronteras mentales y las concertinas, y que los seres humanos sean libres de andar por el mundo sin temor a represalias, cárceles y explotación.

Por último, no olvidemos jamás de dónde venimos: ayer emigraron nuestros padres, abuelos y, en mi caso, yo mismo en una travesía extenuante; hoy día los hijos de muchísimas personas se han marchado a otros países europeos, donde son explotados. Estamos todos en el mismo barco: el de la injusticia social, las desigualdades, la explotación y la violencia. Y desde luego, ni los inmigrantes ni los refugiados son los enemigos de nadie. Porque mañana podríamos ser nosotros los que intentáramos atravesar una frontera huyendo del hambre o la guerra.

Roland Fosso es un escritor de Sant Boi procedente del Camerún autor de La última frontera

Corrección de estilo: Carmen Izquierdo

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