Chema Caballero lideró un programa de rehabilitación de niños soldado en Sierra Leona durante más de una década. Trató con cientos de jóvenes víctimas de la guerra que habían sido convertidos en verdugos. Este mes ha visitado Sant Boi en el marco del Barrejant’14 para explicar su experiencia y debatir alrededor de la mejor manera de construir la paz.
En Sierra Leona se abrieron muchos centros de rehabilitación de niños soldados, pero no todos funcionaron. ¿Qué tenía de especial vuestro centro?
Nuestra suerte fue que fuimos pioneros. Era la primera vez que se hacía un proyecto como éste, con lo cual se invirtió mucho dinero durante mucho tiempo. También que era un proyecto que estaban implicados Unicef y la Iglesia católica. Una vez que se terminó el dinero de Unicef, nosotros pudimos conseguirlo por otro lado y continuar. Ese conjunto de ser pioneros, contar con mucho dinero y no depender solo de Naciones Unidas (ONU) permitió que se dedicase a esos chicos el tiempo necesario. Por eso el proyecto salió adelante. Ahora mismo, sin tantos fondos privados ni públicos, los chicos están un tiempo muy limitado en los proyectos, con lo cual, no se está haciendo una verdadera rehabilitación.
Supongo que cada chico es un mundo pero, ¿de cuánto tiempo estamos hablando? ¿Qué margen de tiempo tiene que estar un niño soldado en el centro para una correcta rehabilitación?
Cuando trabajas con seres humanos no les puedes poner límites. Hay chavales que en seis o siete meses estaban listos para salir, otros necesitaban dos años.
Pero como mínimo hablas de seis meses, lejos del tiempo que les ofrecen ahora.
Ahora mismo el tiempo que están manejando en Unicef es de entre cuatro y seis semanas, el chaval ni siquiera se ha dado cuenta de donde está. Yo siempre he dicho que como mínimo deben ser seis meses para empezar a trabajar porque en ese tiempo no haces nada con él, simplemente ayudar a que se tranquilice y se sitúe. Es a partir de ese momento, cuando se siente protegido y se da cuenta de donde está, cuando empieza a hablar y se empieza a trabajar con él. Hasta entonces no se le ayuda, simplemente se le tiene ahí.
¿Qué proceso se sigue en el tratamiento con los niños soldados?
Lo primero es que el chaval se tranquilice, que tenga muchas actividades y que, poco a poco, se vaya sintiendo a gusto, protegido y vea que no necesita la violencia para conseguir las cosas que quiere. Empieza entonces a sacar fuera lo que ha vivido, a través de métodos muy distintos: el teatro, a través de la música, en charlas con trabajadores sociales, en terapias de grupo…
Superado eso, ¿viene el trabajo de rehabilitación en sí?
El chaval empieza a sacar fuera su historia y sus sentimientos. Son momentos difíciles porque se enfrenta a la realidad vivida, se da cuenta del mal hecho y empiezan a aparecer miedos y pesadillas. Es entonces cuando se empieza a trabajar con el chico, sobretodo en marcar una ruta: ¿tú que quieres hacer? ¿Estudiar? Yo te voy a ayudar a estudiar, tú a cambio tienes que dejar la violencia, colaborar con el programa y tomar responsabilidades para ayudar a otros chavales, entre otras cosas. Se le va marcando una hoja de ruta y él la va siguiendo, ganando confianza, superando estadios y, al final, se va preparando para salir fuera.
¿Todos los chicos siguen el plan marcado?
Hay chavales que dan tres pasos y caen dos. Y vuelven a empezar, hasta que de repente se sienten seguros. Salir fuera del centro es enfrentarse a las víctimas. ¿Y si me encuentro con una persona a la que le corte la mano? ¿Y si me encuentro con una chica a la que violé? ¿Y si me encuentro con la señora que le maté a su hijo? Hay que ayudar a superar esos miedos.
¿Y cómo se enfrentan a eso? ¿Cuál es la vía, el perdón o el pasar página?
El trabajo, que es muy difícil conseguirlo, consiste en que los chavales se den cuenta del mal hecho, que no se sientan culpables, porque han sido forzados a hacer eso. Hay que buscar un método de reparar el mal hecho,fórmulas que demuestren a sus vecinos y a sus familias que han cambiado. ¿Tú como lo quieres reparar? Siendo maestro y enseñando o haciendo trabajos comunitarios en la aldea, por ejemplo.
En qué momento del proceso de rehabilitación aparece la familia?
Al final del proceso.
¿Hasta el final ni tan siquiera saben que sigue vivo su hijo?
No, queremos proteger al chaval también. La reacción de la familia muchas veces también es complicada. Normalmente había unos registros de las familias que habían perdido a sus hijos y cuando llegan los chavales al centro se les toman los datos. Cuando llegan, todos mienten, ninguno da su nombre. Te podía llegar un grupo y todos se apellidaban Bangura, que era el nombre de su jefe de grupo. Apuntabas ese nombre pero al cabo del tiempo iba saliendo la verdadera historia. Entonces es cuando se cruzan los datos de famílias que buscan a sus hijos.
¿Cómo se les encontraba?
Había unos equipos especializados que buscaban a la familia, que no era fácil tampoco. Una vez encontrada empezaba el proceso de mediación, se explicaba que su hijo estaba con nosotros y que quería volver con ellos. Había que empezar a trabajar con las familias pero también con los vecinos y la gente de la aldea. Mientras se trabaja con el chaval también se trabaja con las familias. Al final del proceso se hace un primer encuentro si la familia está dispuesta: se lleva al chico a visitarlos un día y en función de la reacción se va haciendo. Hay gente que va y al día siguiente ya se queda con ellos porque la familia lo quiere, pero hay casos en los que hay que hacer mucha más mediación.
Tú llegas en 1992 a Sierra Leona, la guerra no acaba hasta el 2002. ¿Cómo lo hacéis en el centro de rehabilitación para que los dos actores principales de la guerra –el gobierno y las guerrillas- respeten vuestro trabajo?
A veces haciéndote un poco el tonto, son momentos difíciles. Yo jugaba con una ventaja: hablaba muy bien desde el principio el krio [la lengua local], entonces les desconcertaba mucho. Si un grupo nos paraba de noche empezabas a hablar con ellos en su idioma y eso te daba ventaja. Jugando con eso consigues conocer a uno, conocer a otro y te vas abriendo paso. Es el saber estar y que vean que no te decantas ni por un lado ni por otro. La neutralidad hay que cuidarla y jugarla mucho.
¿No llegasteis a ningún tipo de acuerdo con el gobierno?
No, no te interesa tener un acuerdo con ninguna de las dos partes, tienes que moverte y que nadie sepa que hablas más con uno que con otro.
¿Hasta que punto alguno de esos actores te puede ver como un enemigo y poner trabas a tu trabajo?
Pasa a veces, juegas con ese riesgo. Lo bueno es mantener la calma y no moverte nunca solo. Desde el primer momento me di cuenta que es muy importante apoyarse en la población local. En el proyecto de menores soldado yo era el único no sierraleonés de los 114 trabajadores que había. La población local sabe leer las cosas mejor que tú. Si llegas a un pueblo y el que venía conmigo decía que diésemos la vuelta, yo obedecía y ni se me ocurría preguntar. Luego preguntas y te dice que es porque aquello era una emboscada. Saber moverte y trabajar con gente local te da más seguridad.
¿El entorno local cómo veía el proyecto?
Cuando eres capaz de trabajar con la gente y darles a entender lo positivo que es la reconciliación y que trabajemos todos juntos por el bien del país, la gente lo entiende. No hay nadie que quiera guerra ni matanzas. Todo el mundo quiere vivir en paz.
¿Cómo se cierra un proyecto así? ¿Como se tiene la seguridad de que ya se ha ayudado a toda la gente que se podía ayudar?
Ese fue uno de los problemas. En el año 2002 cerramos el centro porque ha terminado la guerra y ya han pasado todos los niños que tenían que pasar. Yo me muevo a una zona de selva profunda, donde había mucho campamento rebelde. Todos los niños que se quedan allí atrapados no pasan por los centros. Los últimos 6 años en Sierra Leona estuve trabajando con esos chavales, lo mismo que hacía en el centro pero en las aldeas. Conseguimos movilizar toda esa zona, construimos escuelas y crear una estructura de educación, trabajamos la reconciliación entre víctimas y verdugos… llega un momento que tú mismo sientes que no estás aportando nada más, que es la propia comunidad la que lo hace funcionar. Hemos puesto las bases, no nos vamos a pasar toda la vida diciéndoles lo que tienen que hacer.
Estamos hablando todo el rato del proceso de rehabilitación y transformación de esos niños, pero ¿cómo te llega a cambiar eso a ti?
Cuando estaba allí en Sierra Leona me era muy difícil expresar sentimientos. Miedo, rabia, frustración… vas acumulando muchas historias de chavales que se sientan contigo y te cuentan asesinatos, matanzas, violaciones, sus miedos, sus fantasmas… Uno, otro y otro. Y luego están todas las injusticias que genera una guerra. Todo eso lo vas acumulando porque no tienes tiempo, la urgencia del trabajo no te deja cuidar de ti mismo. Llegó un momento después de la postguerra que sentí que tenía que salir. No podía más, estaba saturado. Habíamos cerrado una etapa, habíamos devuelto muchos proyectos a la comunidad y sentí que era el momento: o ahora corto o no voy a cortar nunca más.
¿Es entonces cuando te das cuenta de todo lo vivido y acumulado?
Cuando salí de allí decidí quedarme en Madrid viviendo solo en un piso. El primer año en Madrid fue un año de llorar mucho, despertarme con pesadillas, estar viendo la tele y de repente empezar a temblar. Te van saliendo las historias, la rabia, la frustración y el miedo que has vivido y no has podido sacar en su momento. Todo eso va saliendo fuera y me ha costado, me ha costado mucho. Menos mal que reaccioné a tiempo porque una experiencia como esta te va marcando y te va llenando, aunque al mismo tiempo te da mucha experiencia.
Unos años después de estar instalado en Madrid decides dejar la Iglesia. ¿Es fruto de esa experiencia?
A lo mejor va todo junto. Siempre se me ha pedido un trabajo de derechos humanos. He ejercido el sacerdocio pero nunca ha sido lo primero de mi trabajo. Llega un momento en el que mis superiores dicen que hay que dejar todo ese trabajo de reconciliación, de paz, de trabajar con la gente y dicen que hay que dedicarse a hacer bodas, bautizos y comuniones. Si tengo que elegir a lo que me siento llamado es a lo primero, es mi vocación. Te hacen elegir y elijo.
Ahora, con la perspectiva de los años, ¿con qué te quedas de la experiencia vivida en Sierra Leona?
Si algo aprendí en Sierra Leona, a pesar del horror y la violencia, es que si hay una oportunidad, el ser humano se engancha a ella, se rehabilita, sale adelante y lucha por la vida como sea. La víctima más víctima del conflicto es capaz de perdonar y tirar para adelante. Esa esperaanza es la que me mantiene y me dice: bueno, vale la pena seguir trabajando y seguir luchando.
Después de tantos años, ¿mantienes lazos con algunos de los niños soldado que pasaron por el centro?
¡Con bastantes de ellos! Facebook es lo que más utilizan. Ya son chavales que están casados, muchos trabajan, uno de ellos es juez. Yo me acuerdo cuando llegamos que no teníamos ni teléfono siquiera y ahora hay una explosión de redes sociales increíble. Se mantiene el contacto, aunque yo necesito un poco distanciarme para decantar todo lo que viví.
¿Te planteas volver en el futuro?
Quiero volver, dentro de 3, 4 o 5 años. A ver amigos, a sentarme a tomar cervezas con los chavales y la gente con la que he trabajado, pero primero necesito un periodo de separación y distancia. Por mi, pero también por ellos, porque si no se crea mucha dependencia. Son chavales que has tenido desde que tienen 12 o 13 años y has hecho el papel de padres para ellos. Mejor dejarles volar, que vayan tomando sus decisiones y sus fallos.
Has venido a Sant Boi a hablar de paz, seguramente ese concepto se entiende de una manera muy distinta aquí que en Sierra Leona. ¿Como se entiende allí la paz y la guerra una década después del conflicto?
Habrá que esperar unas cuantas generaciones más. La paz no llega el día que se firma el fin del conflicto, es cuando empieza de verdad el trabajo de reconciliación y mediación, pero eso no vende, no interesa. Si yo construyo una escuela que me financia una fundación es muy fácil hacer una foto con todos los niños dando las gracias y poner un cartel grande diciendo que la escuela ha sido construido por esa fundación. Lo pones en la página web y el informe anual y queda muy bonito, pero ¿cómo demuestras que estás trabajando en reconciliación de un grupo de víctimas? ¿Pones la fotografía de una camiseta que diga “Víctima reconciliada gracias a la aportación de la Fundación tal”? Eso no vende. Además, son cosas que no se ven, muy del interior, de conciencia.
Pasaste muchos años en el terreno, ahora estás aquí haciendo divulgación. Tú que has estado en los dos lados, ¿crees que se sensibiliza suficiente aquí o la cooperación solo se centra en actuar allí?
Muchas ONGs y muchos grupos han hecho sensibilización durante mucho tiempo, pero también es verdad que cuesta mucho. Cuando convocas un acto te viene muy poca gente y la que lo hace ya está concienciada. Es muy difícil llegar a la gente, digamos, de fuera. Ese es el problema, como llegar a la gente que no le interesan los temas de cooperación y justicia social. Hay que ser un poco inventivos. Yo tengo un buen amigo que dice que a lo mejor hay que salir en las revistas del corazón, y es verdad que a lo mejor salir en el Hola! hace que gente que no te viene a una charla se entere de una problemática.
Al líder del PSOE, Pedro Sánchez, le han llovido las críticas por aparecer en Sálvame. ¿Podría pasar lo mismo?
No sé que hace ese señor en ese programa, hay programas de televisión que no son tan histriónicos. No sé si es el camino, pero está claro que tenemos que inventar fórmulas para llegar a la gente, siempre desde la honestidad. Lo que nos falta es buscar un poco más de inventiva. Lo importante es la gente joven, a nivel de institutos. Es muy importante trabajar con ellos: ir sembrando, ir creando una mentalidad distinta… y de ahí pueden salir cosas.